Con frases tan sencillas como “estoy orgulloso de
ti”, “eres increíble”, “me encanta hablar contigo”, y similares, estamos
haciendo, como decía en un texto anterior, la obra de ingeniería emocional más
grande e importante del mundo: dotamos de autoestima a nuestros hijos. Estas
frases, en el mejor de los casos, las solemos reservar o utilizar cuando tienen
algún éxito (aprobar todo, por ejemplo); sin embargo, deben usarse a menudo, e
incluso se hacen mucho más necesarias cuando se equivocan. Con estos mensajes,
transmitimos la idea de que les queremos, les aceptamos y de que estamos
orgullosos de él/ella sin condiciones, aún cuando fracasan.
Debemos reforzar el esfuerzo, no tanto los
resultados: si sólo valoramos, por ejemplo, las notas al final de curso, y no
lo hacemos con el esfuerzo diario (cada día que le veamos estudiando o haciendo
la tarea, o cuando nos enseña un trabajo), seremos “resultadistas”,
contribuimos a poner un listón quizá demasiado alto que, si no es alcanzado,
genera frustración, sensación de fracaso (con el consiguiente abandono de los
estudios), y “torpedea” la autoestima.
Puede resultar difícil estar orgulloso de un hijo/a
cuando se equivoca, nos contesta de forma inadecuada, no nos hace caso o cuando
toma decisiones erróneas. Nuestra crítica negativa no es necesaria: ellos/as
son los/las primeros/as que se autocastigan, al fin y al cabo, ¿a quién le
gusta equivocarse?. Aún en aquellos que aparentemente “pasan” de todo, ésta no
es más que una reacción de frustración mal “digerida”. Cuando, como adultos,
nos sentimos fracasados en algo, frustrados, tristes, enfadados o
incompetentes, la reacción humana es volcar nuestras emociones negativas en
algún sitio… o con alguien. Les invito a hacer una encuesta entre las personas
que le rodean y a que pregunte qué ocurre cuando usted está en ese estado de
ánimo. Posiblemente le dirán que “la paga” con ellos/as. Y esto es
especialmente cierto en una microambiente como la familia. Es inevitable, es
involuntario, pero es así. Es humano. La forma más común del ser humano de
desahogarse emocionalmente es hacerlo con otros, de forma positiva o negativa.
El niño no es diferente; puede desahogar su enojo en sus padres porque el
vínculo es más potente y porque puede que la comunicación sea defectuosa desde
tiempo atrás… y porque no se siente bien consigo mismo… como los adultos.
Ninguna de las partes entiende o escucha a la otra.
A ningún niño le gusta fracasar en
ningún aspecto (y menos aún si sale perdiendo en la comparación con sus
iguales). Por tanto, expresiones como “eres un desastre”, “siempre igual”, “no
te mereces nada”, etcétera, deben desaparecer. En un momento, con unas cuantas
palabras podemos llegar a causar una profundísima herida que sigue generando
secuelas aún en la adultez.
En la comunicación, si utilizamos la crítica destructiva, lo que
perciben nuestros hijos es que estamos enfadados o disgustados con ellos como
personas. Por consiguiente, dediquemos todos los días un momento (o varios) a
decirle a nuestros hijos lo especiales que son, y que nada nos importa más que
ellos…
Sergio Hernández Hernández. Psicólogo
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