Uno de los aspectos más
importantes en el desarrollo de nuestros pequeñ@s es que aprendan a asumir
errores y fracasos, por pequeños que éstos sean. Que aprendan que, para
conseguir las metas y objetivos que se marcan, siempre es necesario un proceso,
más o menos largo, en el que pueden equivocarse. Un niñ@ que no encaja el error
(lo que los psicólogos llamamos tolerancia a la frustración) muestra que, entre
otras cosas, no tiene una autoestima óptima. En condiciones de una autoestima
saludable, lo normal es afrontar el fracaso con nuevos bríos, buscando
soluciones alternativas, pidiendo ayuda y/o consejo, en definitiva,
rehaciéndose… Por el contrario, un niñ@ insegur@, abandonará y/o reaccionará
ante la frustración con enfado, rabietas, agresividad, etcétera.
Por ello es tan importante enseñarles
a nuestros hijos que la perfección no existe… Una parte importante es distinguir
entre lo que nuestr@ hij@ es y lo que hace. Como he comentado en otros
artículos debemos siempre hacerles ver que son valiosos y maravillosos como
personas, por lo que son, como seres humanos y como hijos, diciéndoselo y
demostrándoselo con acciones y hechos. Es decir, si nuestros hijos aprenden a autoafirmarse
únicamente (o mayoritariamente) a través de sus actos, y tienden a fijarse en
los errores (que cometerán, como seres humanos falibles que somos), pueden
presentarse problemas.
En este sentido, podemos
afrontar estas situaciones de varias maneras. Por supuesto que la mejor es animar
a nuestros pequeños a que prueben y descubran, a que afronten nuevos retos, a
que mejoren sus habilidades, a que cumplan sus responsabilidades,…
acompañándoles en el proceso, de tal manera que no se sientan sol@s, pero que,
a la vez, experimenten la plenitud de alcanzar sus metas por su propio
esfuerzo. No debemos ser “resultadistas” y valorar únicamente, por ejemplo,
aprobar todas las asignaturas, sino reforzar el proceso, esto es, cada día que
les veamos sentados en su escritorio trabajando o estudiando; evitar un lenguaje
negativo y personalizante cuando les reñimos que, entre otras cosas, socava la
autoestima del niño; por el contrario, podemos y debemos utilizar un lenguaje
firme e impersonal cuando sea necesario amonestarles, pero que de oportunidades
para corregir el error y, en última instancia, nos permita reforzarles si
afrontan y superan el fracaso. De esta manera, les dejamos claro que no es a
él/ella como persona a los que reñimos, sino que lo que nos disgusta es su
acción o un comportamiento determinado. Como decía, no erosionamos la
autoestima con un lenguaje dañino o un tono elevado, sino que estimulamos el
sentido de responsabilidad y la disciplina, y lo más importante para el
desarrollo personal: mandamos un mensaje diáfano en el que damos a entender que
confiamos en ell@s, que creemos que, aunque en este momento debo corregirte o
advertirte, estoy ansioso de que me demuestres lo que vales, de que me
demuestres que puedes conseguirlo, porque SÉ que puedes hacerlo… Y quien les
manda este mensaje no es una persona cualquiera. A los ojos de nuestros
pequeños, somos los emisores de mensajes más importantes de SUS pequeños
mundos.
Sergio Hernández Hernández.
Psicólogo.
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